Si en diciembre tuvieron que cruzar la ciudad en plena madrugada y ante el asombro de algún que otro despistado, ayer tuvieron suerte después de que el Ayuntamiento claudicase a su petición y convirtiera el hecho en una fiesta, jaleada por las organizaciones ecologistas con un perol. Las cerca de 200 vacas de Antonio Yebra y Juan Pereira se pasearon tan ricamente desde El Brillante hasta la antigua fábrica de ladrillos La Madrileña, en el Campo de la Verdad. Eso sí, estos dos ganaderos utilizaron la vía pecuaria que pasa por La Victoria o lo que es lo mismo el antiguo camino real de Granada a Córdoba.
La verdad es que la estampa llamó a todo el mundo la atención que se encontró de bruces con las reses a primera hora de la mañana y fue digna de ver, sobre todo, en el Paseo de la Victoria, en el puente de San Rafael o cuando las vacas corrieron hacia la fuente que preside la glorieta de la plaza de Santa Teresa a beber agua desesperadamente.
La de ayer fue la primera jornada de las más de 30 que tendrán que hacer estos dos ganaderos y sus vacas hasta llegar sus fincas en el puerto de La Ragua, en Granada, en el caso de Antonio Yebra, y en Belmez de la Moraleda, en Jaén, en el caso de Juan Pereira. Tanto ellos, a lomos de sus caballos, como sus reses, además del resto de vaqueros que les acompañan en su camino tendrán que hacer más de 250 kilómetros, tras permanecer en una finca de Villaviciosa los últimos seis meses. Una vez que lleguen a sus destinos, comenzará el tiempo de descanso para los ganaderos y del pasto para las reses en una finca ecológica a "casi 2.000 metros de altitud", según apuntaron.
A pesar de lo duro de la vida del ganadero y, más aún, de la trashumancia, ambos reconocieron que su actividad "es lo mejor que hay". "Quien se quiera casar conmigo ya sabe lo que hay", bromeó Yedra, quien a sus 27 años aseguró que "esto es lo mejor que hay en el mundo". Eso sí, a pesar de intentar demostrar que la vida del pastor trashumante no es nada fuera de lo normal, reconoció que "es un trabajo muy laborioso y para él no hay horario fijo, pero es que no hay otro camino". Si no, que se lo digan a Estefanía Yedra, de apenas 22 años. "No lo llevo muy bien, pero con la crisis no podemos llevar las vacas en camiones", apuntó. La ganadera aseguró que es una de las jóvenes del grupo y confesó que una de las cosas que más echa de menos "es no dormir en mi casa". "Es una vida triste, pero al final te acostumbras", resumió.
El elevado coste del transporte, unos 6.000 euros, ha hecho que a estos dos ganaderos, reconvertidos a lo ecológico, no les haya quedado más remedio que tirar por la calle de en medio y recurrir a la trashumancia. A sus 37 años, Juan Pereira tampoco conoce otra forma de vida y aspira a que sus hijos recojan el testigo, porque él forma parte de la quinta generación de ganaderos de su familia.
"Si te gusta, esta vida no es dura. No llevo reloj porque tengo todo el mundo del tiempo para ello", destacó. En defensa de este trabajo, indicó que a pesar de que "algunas veces es monótono, dos días nunca son iguales".
A pesar de lo supuestamente idílico de este tipo de vida que intentó demostrar, el ganadero afirmó que también tienen una serie de inconvenientes, como el monetario, o en los casos en los que "estás en mitad del campo y nadie te echa un cable". Otro de los problemas a los que se enfrentan es el estado en el que se encuentran las vías pecuarias que atraviesan. "Deberían estar mejor conservadas ", reclamó.