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HISTORIA

Los origenes de la ciudad
Transformaciones Urbanísticas en el siglo I
La época de Augusto
La época altoimperial
La cordoba Tardo Antigua

Ubicación de Corduba
Contextos romanos documentados
Corduba turdetana y fundación de Marcellus
Corduba en época republicana
Colonia Patricia
Comienzos del s. I d.C.
Segunda mitad del s. I d.C.
Finales del s. II d.C.
s. IV d.C.
Periferia suburbana

Los orígenes de la ciudad. La fundación de Corduba

Hoy en día está fuera de dudas que con anterioridad a la implantación de la ciudad romana, al este del solar donde ésta iba a desarrollarse, existía ya un asentamiento estable de primera importancia, que en un momento imposible de precisar empezó a ser conocido como Corduba y cuyos orígenes pueden retrotraerse al III milenio a. C. Desde este momento se observa una continuidad en la ocupación hasta finales del s. II a. C., sin hiatos ni interrupciones, lo que es característico de los asentamientos que ocupan los escalones superiores de la red de poblamiento.

Hacia el siglo VIII a. C., en el marco del llamado horizonte tartésico antiguo, podemos hablar ya de un núcleo protourbano que ocupaba una superficie de unas 50 ha. y ejercía ya un importante función de control y explotación del territorio circundantes, función ésta que se vio afianzada y potenciada durante el período orientalizante cuando se advierten características plenamente urbanas y una fuerte expansión de la economía sobre todo de la mano de la metalurgia del cobre y la plata actuando la ciudad como auténtico carrefour en el que confluyen una serie de vías y caminos que ponen en comunicación la zona minera de Sierra Morena, las fértiles tierras de la campiña y el eje vertebrador que supone el río Guadalquivir. A la explotación de los metales se unía la actividad agrícola que se convertirá tal vez en el pilar básico de la economía a finales del periodo orientalizante, tal vez como consecuencia de una fuerte crisis en la minería sin olvidar posibles tensiones internas de la sociedad tartésica, y que se plasmará en fenómenos de gran trascendencia como es la “colonización” de zonas adyacentes y la delimitación de los territorios de los distintos núcleos urbanos, a los que podríamos ya denominar oppida según la terminología al uso.

Las excavaciones llevadas a cabo en los últimos años han puesto de manifiesto que la etapa turdetana no supone un retraimiento o involución de la ciudad que mantuvo su primacía en el ámbito del valle medio del Guadalquivir actuando incluso como centro de redistribución y comercialización de cerámicas áticas hasta el tercer cuarto del s. IV a. C.

Igualmente, estas últimas intervenciones han zanjado de una vez y para siempre otro problema capital de la arqueología cordobesa, el de la coexistencia o no de un núcleo urbano prerromano y la ciudad “fundada” por Claudio Marcelo. En efecto, queda hoy demostrada la pervivencia en la ocupación hasta, al menos, finales del s. II a. C. elemento éste que implica la convivencia pacífica e incluso la colaboración y que explicaría en gran medida la fortuna de la ciudad romana, llamada a ser casi desde sus inicios caput provinciae heredando así los factores de éxito de la Corduba prerromana, hasta tal punto que se mantuvo el nombre de la ciudad, así como la mención a los indígenas “escogidos” que aparece en el conocido pasaje de Estrabón (3, 2, 1).

En este texto el geógrafo de Apamea nos dice que Corduba es “fundación de Marcelo” personaje que la mayoría de los investigadores identifican con Marco Claudio Marcelo, tres veces cónsul (166, 155 y 152 a. C.), por lo que podemos situar el acontecimiento bien en 169/168 bien en 152/151 a. C., momentos en que conocemos la presencia de este personaje en Hispania, aunque hoy por hoy es absolutamente imposible decantarse por una u otra opción desde un punto de vista arqueológico amén de ser una cuestión que no afecta decisivamente a nuestro conocimiento de la realidad material de la ciudad.

Ahora bien, aun cuando no existen pruebas arqueológicas definitivas sí existen una serie de indicios que permiten postular la existencia tanto de contactos tempranos con el asentamiento prerromano como de un posible asentamiento militar, anteriores ambos fenómenos a la “fundación” de Marcelo.

Desde un primer momento queda clara, entre otras, la vocación estratégica y logística de la ciudad, base de operaciones de los ejércitos romanos en las sucesivas estrategias que se observan en el desarrollo de la conquista romana (control efectivo del Valle del Guadalquivir, contención de las incursiones lusitanas, penetración al Norte de Sierra Morena), posible centro de abastecimiento de las tropas así como lugar de invernada de los gobernadores y de parte de sus tropas ya que, siguiendo la práctica habitual, los ejércitos cuando no estaban en campaña eran divididos en diversas unidades que quedaban asentadas y acuarteladas en los núcleos más importantes o conflictivos del área controlada. Aunque la mayoría de las fuentes que nos testimonian este papel de Corduba se refieren a momentos post-marcelianos, si se nos permite la expresión, la confianza mutua que parece implicar la presencia de “indígenas escogidos” en el origen de la ciudad permite deducir que desde el inicio de la conquista la Corduba prerromana, o mas bien sus grupos dirigentes, debió de colaborar con el nuevo poder político que, al mismo tiempo, no dejaría de apreciar las ventajas con las que contaba la ubicación de la ciudad.

Debemos mencionar también la existencia de producciones de cerámica de barniz negro fechables en la segunda mitad del s. III a. C. y en el primer tercio del s. II a. C., si bien desgraciadamente fuera de contexto, que testimonian esos contactos que mencionábamos antes. Evidentemente, es posible que las piezas correspondan a elementos de ajuares funerarios, como ha quedado probado tras la reciente publicación de unas piezas, procedentes de actividades “irregulares”, que formaban parte de un enterramiento asociado al oppidum prerromano y entre los que destaca un vaso de barniz negro fechado entre el 210 y el 190 a. C. Pero la cuestión clave es establecer la vía de comercialización de esta pieza ya que en una fecha tan temprana parece poco probable el intercambio comercial “puro” debiendo tener en cuenta, además, los mecanismos de implantación y control del territorio por parte de los ejércitos romanos así como la paralela articulación de los circuitos comerciales. Por todo ello, la existencia de este recipiente, y de otros similares en cuanto a cronología, a lo que podría unirse la existencia de piezas monetarias de pareja datación, puede ser un testimonio de la presencia de tropas a comienzos del s. II a. C. asentadas tal vez en un castellum o praesidium que no ha dejado huella, hasta el momento, en el registro arqueológico. Este núcleo militar ejercería un dominio efectivo tanto sobre el oppidum prerromano como sobre los vados del río así como desarrollaría la funciones militares mencionadas.

Por lo tanto, hay que pensar en una etapa de relaciones de coexistencia y entendimiento mutuo, de varias décadas de duración, que explicaría la elección por parte de Marcelo de este punto en concreto para “fundar” una ciudad en la que se incluyeron grupos turdetanos “de confianza”.

Además, existen una serie de elementos que nos permiten hablar de una auténtica “dípolis” para el caso de Corduba entre los cuales la continuidad del asentamiento prerromano, el mantenimiento de la denominación del lugar, el hecho jurídico de la “fundación” y la integración de los “indígenas escogidos”, dípolis que se mantendría hasta comienzos del s. I a. C. cuando la imposibilidad física de integración entre ambos núcleos propiciaría la lenta desaparición del oppidum prerromano de manera paralela al desarrollo de la Corduba romana.

La nueva ciudad se desarrolló a unos 750 m. al NE del oppidum turdetano sobre un espolón de la terraza cuaternaria que dominaba los dos vados fluviales existentes. Un rasgo a destacar de esta primera entidad urbana, cuya extensión es de 47 Ha., es la irregularidad de su planta, característica por otra parte común en otros asentamientos coetáneos. Esta irregularidad posiblemente obedece a la necesidad de combinar una estructura de campamento o, al menos, con una fuerte impronta militar, con una topografía accidentada que ofrecía posibilidades naturales de defensa, puesto que la primera ciudad se localiza sobre una meseta o terraza elevada rodeada de pendientes y cursos menores de agua, como el Arroyo del Moro, dejando sin ocupar un espacio amplio hacia la zona del río. De esta manera se conformó un característico aspecto exterior que se vio potenciado por la imponente muralla que desde el momento fundacional rodeó la ciudad.

Precisamente esta muralla, datada aproximadamente en el tercer cuarto del s. II a. C., es el elemento arqueológico mejor conocido de esta etapa. Está formada por dos lienzos paralelos de grandes sillares almohadillados de calcarenita, el exterior de 2-3 m de anchura y el interno de 0.60 m separados entre sí unos 6 m estando el espacio intermedio relleno de tierra compactada, a modo de agger, y, en algunos casos, ánforas itálicas. En su lado norte se complementó la defensa con la excavación de un foso de 15 m. de anchura mientras que en el lado Este el mencionado Arroyo del Moro actúo como defensa natural. También se ha documentado la existencia de torres adosadas semicirculares y cuadradas que se fechan a medidos del s. I a. C. coincidiendo con los episodios bélicos que afectaron de manera importante a la ciudad en el marco de las guerras civiles.

Un elemento a destacar es la extensión del perímetro amurallado, similar a la de Tarraco durante el s. II a. C. y a las de las mayores colonias latinas y romanas de la época. Esta extensión parece excesiva y a ello debemos unir el que la población de la ciudad no debió de ser muy numerosa puesto que la continuidad de la Corduba prerromana indica que el contingente de “indígenas escogidos” no fue muy amplio, ni aun suponiendo una procedencia de núcleos vecinos, consideración que puede extenderse a los itálicos (soldados, funcionarios, comerciantes) que la “habitaron desde el principio”. Además, es probable que gran parte de las insulae de la ciudad permanecieran sin edificar hasta comienzos del s. I a. C. y aun entonces se detectan actividades, como la metalurgia, difícilmente compatibles con una densa ocupación residencial. Por todo ello, al igual que en el caso de Tarraco, nos atreveríamos a postular que Corduba sirvió como lugar de acantonamiento de tropas.

Muy poco es lo que conocemos del resto de la ciudad en esta época fundacional. Parece que es ahora cuando se procede a ordenar la trama urbana a partir de la conocida retícula ortogonal de kardines y decumani con una orientación que se mantendrá, en lo esencial, inalterada en época altoimperial. Evidentemente, el principal eje viario sería el Kardo Maximus desde la conocida como Puerta de Osario en la época bajomedieval hasta una puerta meridional abierta hacia la ladera que conducía al río, puerta demolida en época augustea, como todo el lienzo meridional de la muralla republicana, para proceder a la ampliación de la ciudad. El trazado del Decumanus Maximus plantea todavía algunos problemas, si bien es probable que ya desde el momento fundacional motrara un eje doble con dos calles paralelas que conectarían con dos puertas, una situada en la muralla oriental (Puerta de Hierro) y otra en la occidental (Puerta de Gallegos).

También debió de ser ahora cuando se procedió a la reserva de espacios públicos entre los cuales el más importante, por supuesto, el foro, atestiguado por las fuentes (Cic. Verr. 4, 56) para el 113-112 a. C. A partir de una serie de datos, es posible suponer que esta plaza se ubicó casi en el mismo lugar que el posterior foro augusteo si bien se advierten algunas diferencias a partir del estudio de la trama viaria y de algunos elementos estratigráficos. Parece que el foro republicano se extendía más hacia el Este y que estaba atravesado por el Kardo Maximus configurando así un “foro abierto” o “integrado” con un posible templo situado cerca de la iglesia de San Miguel y un espacio porticado, dato éste comprobado arqueológicamente al igual que se han observado reformas en la cubierta del pórtico, al otro lado de la vía quizá con funciones comerciales. En la etapa augustea, cuando se remodela y amplía la vía urbana, el espacio forense se desplazó hacia el Oeste alcanzando una relación longitud/anchura muy semejante a la recomendación vitruviana, es decir, 1:1,5. Igualmente se ha advertido una mínima desviación entre la orientación del lado meridional de la plaza con respecto a la de la “refundación augustea”.

Es habitual que cuando se excavan estructuras, generalmente de carácter doméstico o, al menos, privado, destaca el carácter modesto o incluso humilde de las edificaciones realizadas con técnicas edilicias muy similares a las observadas en las últimas etapas del asentamiento prerromano (zócalos de cantos de río o mampuestos, alzados de tapial y/o adobe enlucidos y decorados someramente, suelos de tierra apisonada, techumbres vegetales) aunque sí se advierte una diferencia cualitativamente fundamental en lo que respecta a la cultura material. En efecto, si se comparan los porcentajes de cerámica turdetana y de productos itálicos de importación (ánforas, barniz negro, cerámica itálica de cocina, lucernas) presentes en los niveles finales de la Corduba prerromana y los correspondientes a este horizonte fundacional la situación es radicalmente inversa si bien este dato no debe tomarse como un indicativo étnico ante la escasez de contextos claramente pertenecientes a este momento fundacional. Al respecto debemos recordar que en época julio-claudia uno de los vici de la ciudad llevaba el expresivo nombre de Hispanus, tal vez recuerdo de una zona del casco urbano, no localizada, en la que habitaron en origen miembros de ese grupo de “indígenas escogidos”.

 

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Transformaciones urbanísticas en el siglo I a. C.
En la zona meridional de la ciudad diversas intervenciones parecen indicar la existencia de una temprana fase de “monumentalización” en el cambio de siglo o en el primer tercio del s. I a. C. que pueden ser el indicio de cómo Corduba estaba ya convirtiéndose de facto y posiblemente de iure en el caput provinciae tal y como aparece caracterizada en las fuentes escritas. Podemos mencionar cambios en la técnica edilicia, con la aparición del uso del opus qvadratvm tanto en el ámbito público como en el privado y el empleo de tegulae, decoraciones pintadas más complejas, pavimentos de opus signinum con teselas conformando diseños geométricos. También resulta de capital importancia la constatación de algunos edificios monumentales como un pórtico de orden dórico-toscano en la zona de los Altos de Santa Ana, lo que ha llevado a algunas autores a suponer la presencia de un espacio público pavimentado con losas de caliza, tal vez con un templo, en el área donde se ubicaría posteriormente el foro provincial en el marco de una remodelación que podría interpretarse como un intento de equilibrio con respecto a la parte septentrional de la ciudad a la par que se dignificaba el acceso meridional a la ciudad. Conviene recordar que en el año 48 a. C. conocemos la existencia de una basílica en la ciudad (Bell. Alex. 53, 2) y que se ha señalado la existencia de un edificio absidado de época republicana en el área del foro colonial. Igualmente existen datos para localizar un santuario en la zona meridional pero fuera de las murallas en un área cercana al río a semejanza de lo que se observa en Roma.

Por otra parte, algunas fuentes nos han transmitido el apoteósico recibimiento que la ciudad dedicó a Q. Cecilio Metelo Pío en el año 74 a. C., que escandalizó a algunos de sus contemporáneos, y si bien es posible que no puedan relacionarse estas noticias con la existencia de lujosas casas en la ciudad, decoradas con estatuas y tapices helenísticos, sino que más bien sean testimonio de la erección de arquitecturas efímeras si bien no faltan datos arqueológicos sobre la presencia de casas de peristilo de cierta importancia en este momento, todo parece indicar que estamos ante una ciudad importante y urbanísticamente consolidada por lo que no es de extrañar que sea ahora cuando asistimos a los comienzos de la actividad de la ceca de la ciudad con la emisión de las monedas con leyenda CORDVBA, posiblemente hacia 80-79 a. C.

Además, no parece casual que esta evidente transformación en la fisonomía de la ciudad corra paralela al definitivo cese en la ocupación del asentamiento prerromano que se produce de manera progresiva y no traumática. Igualmente revelador es la concesión del estatuto colonial bien por los hijos de Pompeyo bien por el propio César.

Esta importancia de la ciudad va a volverse en cierta medida contra ella ya que si bien fue utilizada por César como lugar de reunión de los otros núcleos urbanos de la provincia, su ambigüedad política y su filopompeyanismo al final de la Guerra Civil tendrán como respuesta el brutal asedio y posterior toma de la ciudad por parte del dictador, un episodio bélico que, a decir de las fuentes, se saldó con 22.000 muertos y que a escala arqueológica parece evidenciarse en la existencia de un potente estrato de cenizas o incluso en la amortización de estructuras tal que el uso de varios tambores de fuste aparecidos en la cimentación de la muralla altoimperial.

Poco más conocemos de la ciudad en esta época a excepción de la mención de las nobilissimae carissimaeque possesiones (agros y aedificia) destruidas por el legado de César, Casio Longino, en el año 48 a. C. si bien hemos de señalar que no contamos con evidencias de asentamientos rurales en esta etapa lo que podría conectarse con la inseguridad que las incursiones lusitanas del s. II a. C., recogidas en el anónimo poema atribuido falsamente a Séneca, y con la canalización de las inversiones romanas e itálicas hacia la minería aunque es así mismo posible que se trate de una distorsión motivada por las características del registro arqueológico con la ausencia de cerámicas importadas en el medio rural teniendo en cuenta la perduración comprobada de las cerámicas “de tradición indígena” hasta épocas muy avanzadas. En este sentido, conviene recordar que sí se han documentado asentamientos rurales con producciones cerámicas de este tipo a las que se unen posteriormente cerámicas del tipo terra sigillata lo que parece testimoniar que gran parte de las propiedades se mantuvo en manos de los “indígenas” bien con plena propiedad o como possesio mientras que los inmigrantes itálicos recibirían a título individual parcelas del ager publicus sin olvidar que muchos de ellos vivirían en la propia ciudad.

 

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El gran cambio. La época de Augusto
El periodo augusteo representa para nuestra ciudad un momento clave, pues en él se configura la imagen urbana que perdurará a lo largo de toda la Antigüedad. El proceso de transformación urbanística, así como los principales programas edilicios y ornamentales que lo componen. han sido definidos por varios autores en fechas muy recientes. Por ello, nos limitaremos aquí a ofrecer una síntesis de lo hasta ahora conocido y publicado.

Tras la destrucción sufrida por Corduba durante la guerra de Munda, no total, pero sí intensa, en el año 45 a.C. (Bell. Hisp. 34). es probable que César ordenara el establecimiento de una colonia romana "de castigo", consecuencia de su actitud ambigua o abiertamente filopompeyana durante el conflicto, si bien el estatuto colonial tal vez fuera concedido ya en la época en que la ciudad estuvo bajo el control de los pompeyanos. Posteriormente, pero con anterioridad al 14 a.C. -tal vez en 25 a.C.- coincidiendo con la reorganización administrativa de las provincias de Hispania Augusto culminaría tales proyectos deduciendo la Colonia Patricia y asentando en ella un contingente de veteranos licenciados del ejército, a lo que aludirían tanto algunas acuñaciones de la ciudad con signa legionarios en los reversos, como la constatación epigráfica de una nueva tribu -Galeria- en la que se inscriben sus ciudadanos. La Colonia Patricia Corduba pasa a ser capital de la Provincia Baetica y del Conventus Cordubensis, afianzando de iure la preeminencia que había ostentado durante la época republicana respecto al resto de ciudades de la provincia (Plin. nat. Hist. III. 10).

Estos acontecimientos políticos deben haber jugado un papel fundamental como motor del cambio urbanístico que se documenta arqueológicamente. En efecto, en este período se constata la ampliación del recinto amurallado de la ciudad hacia el Sur, hasta prácticamente la orilla del Guadalquivir, incrementando así su extensión en 31 ha. (superficie total: 78 ha.). Probablemente la ampliación sirviera para acoger a los colonos augusteos.

La reciente investigación topográfica permite emprender estudios detallados sobre la red viaria y su modulación. Es posible, de este modo, conocer el modelo teórico de limitatio de parcelas intraurbanas en la ampliación augustea de Córdoba. El trazado del viario parte de la bifurcación del Kardo Maximus republicano en su extremo meridional, en la confluencia de la actual c/ Blanco Belmonte hacia la Plaza de Benavente. Un ramal adopta una dirección NW.-SE., coincidiendo aproximadamente con la c/ Rey Heredia. Esta "diagonalis" segrega un sector intraurbano -el suroriental- destinado a barrio de espectáculos”, reservándose aquí el espacio necesario para la edificación del teatro –que aprovecha el escarpe de la terraza fluvial- y, al Sur de él y en eje, posiblemente el anfiteatro si bien no ha sido comprobada arqueológicamente su ubicación. El segundo ramal del Kardo Maximus, que consideramos principal por encaminarse hacia el puente y la puerta allí ubicada, presenta una orientación diferente a las murallas, pero que ha quedado fosilizada en la nave central de la Mezquita Aljama. Siguiendo esta misma orientación se trazan el resto de kardines, espaciados un actus cada uno. Conocemos 5 de ellos, que corresponden, de W. a E., a la actual c/ Torrijos, nave central de la Mezquita, c/ Céspedes, Pórtico E. del Patio de los Naranjos y parcelas orientales de la c/ Caño Quebrado. Peor informados estamos respecto a los decumani, aunque los conocidos se espacian dos actus. Tendríamos así insulae de c. 35 x 70 m., aunque cabe la posibilidad de que éstas estuvieran subdivididas por otros decumani no documentados hasta ahora, midiendo entonces c. 35 x 35 m (1x1 actus). Ambas dimensiones, en todo caso, están documentadas para otras colonias romanas de época triunviral o augustea. Existe, además, una estrecha relación entre el trazado urbanístico republicano de la ciudad alta y el que se acomete posteriormente en la zona meridional: la prolongación de los kardines de la parte alta sobre la "diagonalis" (c/ Rey Heredia) y su proyección ortogonal sobre otro kardo paralelo a ésta (y situado un actus al SW.) determina los puntos desde los que parten los decumani de la ampliación augustea, con módulo de 2 actus, Esta limitatio, tan regular y de parcelas reducidas, hace sospechar un reparto viritim vinculado a la deductio de veteranos.

Al mismo tiempo que se reorganiza su interior, la ciudad se "abre" hacia el exterior, una vez concluidas las guerras civiles (provincia Baetica pacata est, se lee en una inscripción del Foro de Augusto en Roma). Capital administrativa, económica y política de un territorio provincial, es precisamente la calzada que articula este territorio, la Vía Augusta, la que vertebra también la ciudad ampliada, pues pasa a ser Decumanus Maximus (c/ Alfonso XIII) y Kardo Maximus (c/ San Álvaro, Jesús María y Blanco Belmonte). Otros indicios de apertura territorial serían la parcelación agraria (centuriatio) con la misma orientación que la documentada para algunos ejes del viario intramuros, o la presencia de suntuosos monumentos funerarios a lo largo de las calzadas que salen de las puertas úrbicas con los dos grandes mausoleos circulares documentados recientemente junto a la Puerta de Gallegos y a ambos lados de la vía Corduba-Hispalis junto con otras formas monumentales (columbarios, hipogeos, altares) que caracterizaron el paisaje funerario de la ciudad durante la etapa alto imperial.

Las calles de la ampliación augustea, y también las de la vieja Corduba (zona Norte), se dotan en estos momentos de cloacas y se pavimentan, empresa de gran magnitud, a tenor de los kilómetros de conducciones y toneladas de piedra necesarios mientras que algunas calles, también, se dotan de pórticos sobre las aceras. La red de saneamiento está sin lugar a dudas vinculada a la construcción del primer acueducto con que cuente la ciudad: el Aqua Augusta (acueducto de Valdepuentes), de probable financiación imperial. Como también lo están las fuentes públicas en las plazas y calles, que se calculan en un centenar.

Las nuevas elites coloniales se "apropian" del espacio público representativo tradicional, de manera similar a lo constatado por ejemplo en Pompeya tras la deductio silana. Así, las recientes excavaciones de la c/ Góngora han permitido comprobar intensas reformas en el viejo foro republicano, que comprenda la pavimentación de la plaza con losas de caliza micrítica gris -fenómeno éste documentado en otras ciudades por esta misma época-, la instalación en ella de fuentes públicas, la renovación de su porticado perimetral y la construcción de edificios de grandes dimensiones, alguno de ellos con un ábside, en un primer momento empleando materiales locales (calizas y areniscas) detectándose el uso del mármol a finales de la etapa augustea. Herramienta fundamental en este proceso de "colonización ideológica" del espacio urbano es la cultura epigráfica. Las elites dejan testimonio escrito, público, monumental y perenne de sus logros; a veces incluso acompañado de su propio retrato. Pedestales y estatuas proliferan en plazas, calles y edificios, las más de las veces dedicadas por el propio cuerpo de ciudadanos al político o benefactor de turno.

También las innovaciones en el campo arquitectónico contribuyeron a transformar el paisaje urbano; en especial, la introducción del mármol como material constructivo programático y la adopción de modelos romanos en el lenguaje decorativo. Algunas piezas, colosales y elaboradas en mármol de Luni-Carrara, ponen tras la pista de monumentos patrocinados directamente por el emperador, propietario de las canteras.

Sin lugar a dudas, el teatro es el monumento más emblemático de la Colonia Patricia augustea. La investigación arqueológica sobre sus vestigios, aunque en estado incipiente, permite asegurar que se trata de un edificio muy grande: 125 m. de diámetro. También peculiar resulta su diseño, por cuanto parece componerse de una cavea de forma ligeramente ultrasemicircular, según las huellas fosilizadas en el parcelario y -lo que resulta más fiable-, la simetría de las cuatro plazas aterrazadas que lo circundan desde el momento mismo de su edificación y que estaban conectadas por escaleras además de servir para acceder a los diversos niveles del edificio. Tamaño, configuración (ausencia de porticus post scaenarn desarrollada) y decoración arquitectónica (claves de arcos decorados con máscaras, superposición de órdenes), remiten a un modelo específico y claramente augusteo: el Teatro de Marcelo en Roma. La forma de la cavea, ultrasemicircular y apoyada en ladera, encuentra, sin embargo, mejores paralelos en edificios republicanos o helenísticos. Tal vez podría proponerse como modelo el proyecto cesariano de teatro adosado al monte Tarpeyo, nunca realizado (Suet. Caes. 44), que habría unido la "nueva Roma" del Campo de Marte (Estrab. Geog. V, 8) con el tradicional capitolio. Al menos conceptualmente existe una similitud, por cuanto el complejo aterrazado a los lados del teatro patriciense sirve para suturar urbanísticamente la vieja Corduba con la nueva Colonia Patricia.

En cualquier caso, debe repararse en que tanto el peculiar modelo como el tamaño lo alejan de otros edilicios hispanos construidos por evergetas locales (v.g. Itálica, Acinipo, Malaca). Si a esto añadimos que los teatros existentes en las otras dos capitales provinciales augusteas -Emerita y Carthago Nova- presentan un menor tamaño y fueron, no obstante, edificados por familiares directos del Princeps (por Agripa y por sus hijos Gayo y Lucio Césares, respectivamente), no parece descabellado proponer una financiación imperial para el cordobés.

 

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La época alto-imperial
Si la época augustea supone un episodio decisivo en el desarrollo urbanístico de la Córdoba romana, la fase altoimperial se constituye como un momento de consolidación y desarrollo del proceso comenzado entonces. Los datos arqueológicos demuestran que la etapa que se extiende entre la época de Augusto y los finales del s. III d. C. es la más floreciente de la Colonia Patricia desde todos los puntos de vista. Evidentemente, debe tenerse en cuenta que una ciudad no se finaliza en una sola generación por lo que algunos de los proyectos diseñados en época augustea se culminarían con posterioridad. Tal es el caso de uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad, el teatro, cuya decoración se finalizó en época julio-claudia e incluso se observa la presencia de ciclos icónicos imperiales que todavía estaban completándose en época de Antonino Pío cuando también se fechan otras piezas escultóricas. Algo similar ocurre con las murallas que en algunos puntos del lienzo meridional fueron edificadas en época de Tiberio.

De importancia capital va a ser la continuación de la actividad de los evergetas, cuyos esfuerzos para ornar y embellecer la ciudad habían ya comenzado en época augustea. Estas elites locales aceptaron muy pronto los patrones y modelos de la capital como se pone de manifiesto, entre otras cosas por la creciente “marmorización” de la ciudad. En efecto, asistimos ahora a la extensión del uso del mármol lo que permitió la elaboración de una gran cantidad de piezas de decoración arquitectónica, algunas de ellas obras de gran altura técnica y que se inspiraban directamente en los modelos de Roma, y la creación en la propia ciudad de talleres. De nuevo, resulta esclarecedor el que la mayoría de estas piezas se fechen entre los siglos I-II, fenómeno paralelo al que nos indican los programas de decoración escultórica.

Durante la etapa altoimperial se produce la consolidación y transformación de los principales espacios públicos de la ciudad, planificados y concebidos ya en época augustea, al tiempo que asistimos a la creación de otros, dentro de un fenómeno de proliferación de espacios públicos en las ciudades provinciales a partir del modelo de la propia Roma que, en el caso de la Colonia Patricia, la llevaría a contar nada menos que con cinco plazas.

En primer lugar, debemos reseñar el “foro colonial”, destinado a los asuntos propios de la ciudad y heredero del viejo foro republicano. El análisis conjunto de los datos arqueológicos y epigráficos permite esbozar el proceso de su consolidación definitiva desde época augustea hasta el s. IV.

En relación con este foro debió estar un forum novum o adiectum, localizado al Sur del mismo y construido en época de Tiberio. Este espacio estaría estructurado en torno a un gigantesco templo, del que se han hallado restos de la cimentación del podium y que tenía columnas de 1,40 m de diámetro, encuadrable así mismo en las tendencias de la arquitectura religiosa de la propia Urbs, y que podría identificarse como el posible templo de culto imperial de la colonia rodeado de una plaza pavimentada de nuevo con losas de caliza micrítica.

Del programa decorativo de esta plaza formarían parte la magnífica estatua colosal de la Colección Tienda, recientemente identificada con Eneas portando a su padre Anquises, de nuevo en el marco de la impregnación en las provincias de los modelos, en este caso escultóricos, del Foro de Augusto, y, posiblemente, un conjunto de doce togados de gran calidad fechados en época claudia.

Con un posible Augusteion se ha relacionado un área sacra o atrio localizado en la zona conocida como Altos de Santa Ana, junto al Kardo Maximus y a escasa distancia del teatro, sector de donde procede un conjunto de retratos de Tiberio y Livia, estatuas honoríficas y vestigios de un posible culto a Diana y Apolo.

Ya en la ampliación augustea de la ciudad, el programa de monumentalización tiberiano y primoclaudio se hizo patente con dos proyectos que transformaron la fachada del río. A la conclusión de la construcción de las murallas bajo Tiberio se sumó, ya en tiempos de Claudio, la erección de una monumental puerta de triple vano en el puente, de los que el central daba acceso a éste en tanto que desde los laterales, mediante sendas escalinatas, se descendía hasta un dique o embarcadero que discurría a lo largo de todo el frente meridional de la ciudad. Al interior de la ciudad, nada más flanquear la puerta, se dispuso una plaza porticada en cuyo ángulo Noreste desembocaba el Kardo Maximus. La monumentalización de este acceso a la ciudad debió estar íntimamente relacionada con el tráfico fluvial y con las actividades comerciales que se desarrollarían en las proximidades de un puerto que incrementaría su actividad en relación directa con el desarrollo económico vivido por la ciudad durante el s. I d.C.

El principal programa arquitectónico concebido en época julio-claudia lo constituye el complejo religioso de la calle Claudio Marcelo, que se estructura en torno a un gran templo hexástilo y pseudoperíptero con un ara cuadrangular delante, rodeado por una plaza con triple pórtico de 77 m de anchura, levantados ambos sobre una gran plataforma artificial de 10 m de altura que servía para salvar el acusado desnivel natural existente en la zona. Para sostener los empujes de los rellenos que la constituían, se utilizó un complejo e interesante sistema constructivo muy similar a las anterides vitruvianas, un conjunto de contrafuertes de planta trapezoide con el lado mayor hacia la fachada principal del conjunto, la oriental. De esta forma, se configuraba un grandioso espacio arquitectónico que debía determinar la imagen de la ciudad desde la vía procedente de Cástulo. Con respecto a este gran conjunto, uno de los problemas más discutidos por la investigación ha sido el de su cronología. En el momento actual, creemos que los análisis estratigráficos demuestran, sin lugar a dudas, que el templo comenzó a construirse en el reinado de Claudio si bien cabe admitir un plazo de tiempo hasta la finalización del edificio rodeado por la plaza.

Cabría dentro de lo posible que ya en el proyecto augusteo estuviera diseñada la organización de este sector de la ciudad, pero, de confirmarse su vinculación con el culto imperial, parecería más adecuado concebir el conjunto como una exigencia urbanística posterior, máxime si tenemos en cuenta la envergadura de la obra y el desplazamiento hacia el Norte de la Vía Augusta, documentado arqueológicamente en la zona de la Manzana de San Pablo y fechado precisamente en época de Nerón, no debiendo tampoco olvidar la existencia de una cloaca, fechable en época augustea, cortada precisamente por los cimientos de la cella. También conviene recordar que, para su construcción se amortizaron estructuras domésticas, de cronología republicana, así como se hubo de derribar parte de las murallas. Iguales consideraciones, se pueden hacer con respecto al forum novum, que igualmente amortiza edificaciones domésticas y que no estaría previsto en los planes augusteos de ampliación de la ciudad ni mucho menos en la etapa fundacional.

A diferencia de la decoración arquitectónica, muy poco es lo que conocemos del programa escultórico que, sin duda, debió ornar este gran complejo religioso. Además de constatar la existencia de cinco esculturas, entre las que se destaca una femenina, la única identificada, de tamaño mayor que el natural y dispuesta sobre un basamento, y dos estatuas de bronce, una de ellas ecuestre, merece la pena mencionar una gran estatua femenina vestida, fechable precisamente en época claudia o neroniana, que podría interpretarse, a título de hipótesis, como una de las imágenes de culto del templo, identificación que podría hacerse extensiva a la otra pieza mencionada, también femenina.

Con todo lo dicho resulta evidente que, a finales de la época julio-claudia o comienzos de la flavia, la Colonia Patricia se vio dotada de un tercer gran recinto público cuya relación con los otros dos resulta problemática. Ahora bien, en este sentido resulta de capital importancia la existencia de un circo en la zona de la manzana de San Pablo. Esta hipótesis fue defendida en principio a partir de la evidencia epigráfica puesto que conocíamos la existencia de una inscripción (CIL II2/7 284) que, según los manuscritos del s. XV, fue hallada prope hippodromum dato al que habría que unir el topónimo “La Corredera” aplicado a los terrenos situados al Sur de la llamada manzana de San Pablo, inmediatamente al Este del templo, documentado poco después de la conquista cristiana y que parece hacer referencia a un lugar destinado a correr caballos. De esta forma se explicaría la tantas veces señalada posición “excéntrica” del templo y la plaza circundantes, de espaldas a la ciudad.

Las últimas excavaciones arqueológicas efectuadas en este sector de la ciudad han permitido comprobar la existencia del edificio de espectáculos y conocer con mayor profundidad el ambicioso programa edilicio desarrollado que tuvo como resultado la configuración de un esquema urbanístico compuesto por el templo, una terraza intermedia con un sistema de acceso a la plaza del mismo todavía por definir y, finalmente, la terraza del circo, esquema que tiene su más cercano paralelo en el ámbito hispano en el foro “provincial” de Tarragona, diseñado en época flavia precisamente en relación con el culto imperial provincial, interpretación ésta que creemos puede aplicarse al caso de Córdoba donde el conjunto resultante puede ser considerado un auténtico centro de culto imperial. La diferencia más evidente es la disposición del circo que, por razones de topografía, se edificó siguiendo el eje longitudinal del templo y en paralelo a la Via Augusta.

Evidentemente, un programa urbano de tal magnitud se realizó a lo largo de un cierto lapso de tiempo de tal manera que si las obras del templo y de la plaza o terraza intermedia se iniciaron en el reinado de Claudio, el graderío Norte del circo se edificó en la época de Nerón coincidiendo con la amortización de la “Via Augusta Vetus” desplazándose hacia el Norte el acceso a la ciudad a fin de permitir la construcción del circo y ganar altura para monumentalizar dicho acceso. La finalización de las obras puede datarse, probablemente, en tiempos de Domiciano, cuando se fecha un nuevo acueducto para abastecer este sector de la ciudad.

Esta asociación entre templo de culto imperial, plaza pública y circo está constatada así mismo en la epigrafía. En efecto, una inscripción (OGIS 533) procedente de Ancyra, actual Ankara, menciona en conexión con el culto a Roma y Augusto desarrollado por el koinon de la provincia de Galatia, la relación precisamente entre templo, plaza de celebraciones e hipódromo. Además, en algunos complejos forenses provinciales, como Narbona y Lyon, se reconoce la asociación en este caso con anfiteatros. Esta relación entre edificio de espectáculos y complejos ceremoniales podría paralelizarse con la que espacialmente se establecen entre santuarios, conjuntos forenses y teatros y debe ponerse en relación así mismo con la presencia constante de juegos en las ceremonias religiosas en la zona oriental del Imperio y el desarrollo de los sacra Augustalia que comporta la celebración de ludi. Se testimonia así que nos encontramos ante un esquema urbanístico consolidado que tiene sus precedentes, por referirnos sólo a la época imperial, nada menos que en la propia Roma y desde la época de Augusto con el esquema definido por la casa del propio emperador, el templo de Apolo y el Circo Máximo, esquema heredero de la estructura simbólica y espacial de los palacios helenísticos.

Por razones que por el momento no es posible aventurar, el circo oriental fue desmantelado hasta la base de los cimientos en el último cuarto del s. II d. C. construyéndose otro al Oeste de la ciudad, al Sur de la Avenida de Medina Azahara, dato éste de primordial importancia para comprender la ubicación del posterior palacio imperial de Cercadilla.

Otro de los fenómenos urbanísticos más importantes que se producen en la etapa alto imperial es el crecimiento de la ciudad fuera del recinto amurallado. Diversas excavaciones han revelado la existencia de barrios –vici- tanto al Norte como al Este y Oeste, barrios que se organizaron en torno a una red viaria bien definida, al menos en lo que respecta al área occidental, con calles e insulae que albergaban casas pavimentadas con lujosos mosaicos. En cuanto a la cronología inicial de estas áreas, una excavación desarrollada en la calle Maese Luis parece indicar que ya en época augustea el tejido urbano había trascendido las murallas, al menos en la zona oriental, aunque puede tratarse de una ocupación sin densidad surgida a lo largo de una vía. En lo que respecta al vicus septentrional se documenta la existencia de una necrópolis de incineración debajo de las estructuras siendo de destacar la existencia de una herma con inscripción fechada a inicios del s. II, dato éste que, unido a algunos indicios estratigráficos, parecen situar en época flavia los comienzos de la ocupación en este sector, cronología coincidente con la que podemos atribuir al vicus occidental, siendo un elemento a considerar la construcción de un segundo acueducto.

Hay que señalar que el que algunas inscripciones funerarias, que pueden fecharse a finales del s. II e incluso en los inicios del s. III, parecen indicar la coexistencia de áreas de habitación y funerarias al menos hasta ese momento y, posiblemente, hasta los inicios del s. V cuando, según se deduce de las excavaciones realizadas en el Paseo de la Victoria, la zona se abandona a excepción de su uso como necrópolis. Se comprueba así una de las características comunes en la relación entre espacios de habitación y espacios funerarios con el establecimiento de una relación “orgánica” puesto que la ciudad “respira”, se contrae o crece según los momentos.

Debemos hacer también mención de cómo en época flavia los complejos programas urbanísticos que estaban llegando a su conclusión, unidos a la expansión de la ciudad fuera de las murallas, exigieron la realización entre el 81 y el 96 d. C. de un nuevo proyecto de abastecimiento de agua a la ciudad, el Aqua Nova Domitiana Augusta, más monumental que el viejo acueducto augusteo si bien conducía un menor caudal de agua.

Igualmente tenemos testimonios que nos indican cómo estos ambiciosos programas urbanísticos no se limitaron al ámbito estricto de la ciudad sino que conocemos las actuaciones emprendidas en esta época en lo que respecta a las infraestructuras públicas en el territorium de la ciudad pudiendo mencionar que recientes excavaciones han permitido fechar el llamado puente del arroyo de Pedroches, en el trazado de la Via de Corduba a Emerita Augusta, durante los reinados de Tiberio o Claudio, cronología que es posible aquilatar ante la existencia de un miliario fechado en los años 35-36 d. C.

De esta manera, la Colonia Patricia y su entorno inmediato alcanzaron un nivel muy elevado de desarrollo urbano con la continuación de los programas augusteos y la realización de nuevos proyectos que respondieran al crecimiento demográfico y urbano de la ciudad. A finales del s. III asistiremos a una serie de transformaciones que cambiarán radicalmente la imagen de la ciudad.

 

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Entre la Antigüedad Clásica y el Islam: La configuración de un nuevo modelo de ciudad en la época bajoimperial y tardoantigua.
Será ya a lo largo del s. III cuando empiecen a advertirse los primeros síntomas de lo que será la transformación de la ciudad en época bajoimperial y tardoantigua, acusada incluso en los espacios públicos. De este modo, en el ubicado en los Altos de Santa Ana, y en lo que hasta entonces había sido espacio abierto, se construye un nuevo edificio. Esta construcción, posible recinto de culto dedicado a Diana, incorpora ya elementos reaprovechados, de manera que su pavimento está constituido por una serie de losas de cipollino procedentes de la reutilización de fustes de columnas. Muy poco después, en el s. IV, el edificio se abandona y el carácter público de este espacio desaparece, siendo ocupado por una sencilla construcción de carácter doméstico.

Algo similar ocurre en otro de los más destacados espacios públicos de la ciudad altoimperial, como es el templo de la calle Claudio Marcelo. En un momento avanzado del s. III. o mejor ya dentro del s. IV. el pórtico que rodeaba el templo había perdido parte de las columnas que lo sustentaban y parte de su enlosado. Algunos de los materiales procedentes de esta estructura fueron reutilizados para confeccionar la cubierta de una cloaca. Como ocurría en el caso anterior, en el s. IV -hacia la segunda mitad-, nos encontramos con que este importante enclave de la ciudad ha perdido totalmente su función primigenia y se ocupa con nuevas construcciones, también de carácter doméstico.

Una circunstancia análoga vuelve a repetirse en el fastuoso complejo urbanístico que rodeaba al teatro construido en época altoimperial. Aquí se ha comprobado que en un momento avanzado del s. III o de inicios del s. IV, dejan de realizarse las labores de mantenimiento necesarias para el buen uso de este espacio, sin que en el estado actual de la investigación haya constancia de la incorporación de construcciones de carácter doméstico en lo que fueron amplios espacios abiertos de carácter público, situados en torno al mencionado edificio de espectáculos, al menos hasta los siglos VI-VII.

En este caso existen razones muy concretas que explican el proceso puesto que se han detectado evidencias de un terremoto, fechado en torno a 260-280, que afectó gravemente no sólo al teatro sino incluso a zonas adyacentes tal y como se ha observado en las recientes excavaciones desarrolladas en el Colegio de Santa Victoria.

Ahora bien, no ocurre lo mismo en el conocido como foro colonial. En este caso no contamos con información estratigráfica suficiente para discernir cuál era la situación de este espacio en estos momentos, si bien contamos con la documentación proporcionada por el ambiente epigráfico, conformado por ciertos pedestales honoríficos destinados a soportar sendas estatuas, dedicadas a diversos emperadores del s. IV por importantes funcionarios de la administración de la diócesis.

Hasta hace poco tiempo, y ante la ausencia de otros criterios, este proceso de abandono de gran parte de las áreas públicas de la ciudad se había achacado a la crisis de las instituciones ciudadanas o, sobre todo, a la pérdida de la capitalidad de la provincia en favor de Hispalis durante el s. IV. Sin embargo, el reciente hallazgo del conjunto palatino de Cercadilla permite replantear la cuestión en nuevos términos.

Sin duda la construcción del palacio supuso una importante transformación de la ciudad, tanto en lo referente a la distribución de los espacios representativos, como en lo concerniente a su propia imagen. Desde el punto de vista de las formas arquitectónicas, el edificio, bien conocido en la actualidad gracias a numerosas campañas de excavación arqueológica, destaca primordialmente por sus considerables dimensiones -más de cuatrocientos metros de longitud por doscientos metros de anchura, y por la originalidad de su diseño. Su planta se organiza gracias a un criptopórtico semicircular, en tomo al cual se distribuyen las distintas estancias que conforman el conjunto, caracterizadas por la incorporación de grandes salas de recepción o audiencia. De ellas cabe destacar muy especialmente aquélla situada en la cabecera del eje, pues su imagen está directamente relacionada con la propia de las salas de audiencia imperial de época tetrárquica, con su paralelo más cercano en el aula palatina de Trier.

Del análisis de las distintas evidencias existentes en relación con el monumento se deduce que el edificio en su concepción original constituyó el palacio y sede del emperador Maximiano Hercúleo, en relación con su presencia en Hispania entre los años 296-297 y con los preparativos de la campaña pacificadora que inmediatamente después le conduciría al Norte de Africa. Ello supondría el último "impulso oficial" que habría recibido la ciudad, antes de adentrarse en la Antigüedad Tardía.

En lo referente a las relaciones del palacio con la ciudad, uno de los muchos aspectos que llaman la atención respecto a este edificio es su disposición fuera del recinto amurallado. La razón de esta elección radica en la presencia de un circo preexistente situado inmediatamente al Sur, en los terrenos ocupados por la Facultad de Veterinaria y su entorno, que habría condicionado la construcción del nuevo edificio en las inmediaciones, siguiendo las pautas habituales en los grandes complejos palatinos de época tetrárquica. A su vez, el palacio habría englobado al antiguo edificio de espectáculos en el nuevo complejo, procediéndose con toda probabilidad en este momento a su reconstrucción o monumentalización.

A raíz de la constatación de que el circo oriental de Colonia Patricia fue desmantelado a finales del s. II d. C. resultaba evidente que la ciudad debió de contar con un segundo edificio de este tipo puesto que existían evidencias de ello tal que una inscripción que menciona como L. Iunio Paulino, flamen de la provincia, costeó numerosas estatuas, representaciones de teatro, juegos de gladiadores y carreras en el circo a finales del s. II o ya en el s. III, así como un mosaico con representación de un auriga victorioso datable en la primera mitad del s. III.

En relación con la localización de este segundo circo en el área próxima al palacio de Cercadilla contamos con diversos testimonios y argumentos, de los que cabe resaltar especialmente:

- Las estructuras localizadas por Santos Gener en terrenos de la Facultad de Veterinaria, ya identificadas como probablemente pertenecientes a un circo.
- Los datos proporcionados por el análisis minucioso de la cartografía antigua de la ciudad, en concreto en lo referente al plano diseñado en 1884 por Dionisio Casañal, en el que, para la zona que nos ocupa, se observa una vaguada de forma elíptica que en buena medida altera el suave declive natural del terreno en dirección Sur y cuyas dimensiones y forma son muy similares a aquéllas habitualmente adoptadas por los circos.
- La ubicación y orientación del tramo actualmente conocido del tercer acueducto con que contó la ciudad, cuyo trazado apunta claramente hacia el lugar donde presumiblemente se ubicaba el circo, cuestión por otra parte lógica si tenemos en cuenta el juego de agua que a través de surtidores y estanques se desarrollaba normalmente en la spina, completando la fisonomía habitual de este tipo de edificios de espectáculos. Este acueducto debió así mismo de suministrar agua al vicus occidental de la ciudad que conoce una fuerte expansión, a costa de espacios funerarios, precisamente a finales del s. Ii d. C.

No obstante y a pesar del impulso revitalizador que supuso la creación del complejo palacio-circo para la Córdoba bajoimperial, lo cierto es que entre los siglos III y IV la ciudad se ve sumida en una transformación progresiva, que anuncia los nuevos cambios que traerá consigo la Antigüedad Tardía. En este sentido, las labores de mantenimiento que permitían el buen uso de la infraestructura urbana, poco a poco dejan de realizarse, ya no se sanean las cloacas, que empiezan a colmatarse paulatinamente, del mismo modo que los pavimentos de las calles comienzan a deteriorarse, desapareciendo parte de su enlosado, etc.

Algo muy similar ocurre con la edilicia privada. Muy pocas son las nuevas casas que se construyen a partir de estos momentos. Las evidencias con que contamos al respecto se reducen en gran medida a los mosaicos. A partir de estos elementos se puede observar que durante el s. III existe todavía una considerable actividad edilicia, que se ve ya muy mermada una vez iniciado el s. IV. La tónica general para estas fechas sería sin duda la perduración y reutilización de las casas de los siglos anteriores.

No obstante, la degeneración de la vivienda aumenta progresivamente, de manera que, ya en el s. V, se ocupan los pórticos de las calles con sencillos espacios de habitación. Del mismo modo, a partir de estos momentos las construcciones presentan una progresiva degradación técnica, recurriendo en gran medida a la reutilización en precario de todo tipo de materiales procedentes de las edificaciones anteriores.

En contra de lo que en ocasiones se ha pensado, esta degradación, o mejor, transformación del espacio urbano, no está motivada tanto por la presencia directa bárbara en Hispania a partir de principios de siglo habida cuenta además de la fuerte tradición hispanorromana cordobesa-, como por otras razones derivadas de esta presencia, como son la pérdida del control político y administrativo del centralismo imperial, la decadencia de las instituciones municipales y, muy unido a ello, la desaparición del evergetismo.

Este proceso va unido también al paulatino despoblamiento del espacio intramuros. Poco a poco desciende el número de ciudadanos afincados en terreno urbano y grandes áreas de la ciudad quedan sin edificar, utilizadas posiblemente como simples huertas o vertederos. Como consecuencia de ello, en el siglo VI nos encontramos con un fenómeno que pocos siglos antes habría sido inadmisible: la aparición de enterramientos en el interior del recinto amurallado, en especial en el sector Norte de la ciudad.

La presencia de enterramientos en la zona Norte del perímetro amurallado está directamente relacionada con la concentración de los nuevos centros de poder de la ciudad tardoantigua en la zona Sur, en las inmediaciones del río, en especial en lo que se refiere a la construcción del palacio del gobernador visigodo en el solar que posteriormente ocupará el alcázar omeya y de la basílica de San Vicente en el lugar que más tarde ocupará la Mezquita Aljama. El abandono de la zona más alta del recinto intramuros, el núcleo fundacional, más fácil de defender, en favor de la aproximación al río, puede deberse al importante papel que todavía podría estar desempeñando en estos momentos el río en la vida de los ciudadanos o, sobre todo, al interés estratégico que conlleva la protección del puente inmediato.

Ya en otro orden de cosas, no se debe soslayar la incidencia y repercusión que supuso la implantación y propagación del cristianismo, a través de sus diferentes manifestaciones, en la imagen de la ciudad. Sin duda la difusión de este culto experimentó un importante desarrollo en la Córdoba del s. IV. Prueba de ello es la propia figura de Osio, obispo de Córdoba, que tras las persecuciones tetrárquicas desempeñó un destacado papel en la difusión y consolidación del cristianismo en el Imperio -con sus consecuentes implicaciones políticas-, al convertirse en mentor de Constantino. A ello habría que añadir el importante grupo de sarcófagos del s. IV localizado en Córdoba, alguno de ellos procedente de la zona de Cercadilla, uno de los conjuntos más relevantes de la Península Ibérica, importados de la propia Roma, posiblemente corno flete de retorno de los barcos que conducirían a la Urbs los productos béticos. Estos sarcófagos dan fe de la existencia de una sólida aristocracia cristianizada en la Córdoba del s. IV, que constituye el sustrato de aquella otra que, abanderada por la oposición al arrianismo visigodo, mantendrá viva la tradición hispanorromana y su independencia hasta un momento avanzado del s. VI.

De las iglesias construidas en la ciudad, elemento fundamental para el estudio de la implantación del culto y de la "cristianización" de la topografía urbana, prácticamente nada sabemos para los primeros momentos, así que es necesario remontarse a un momento más avanzado para perfilar someramente su distribución. En el interior del recinto amurallado indudablemente el enclave principal era la basílica de San Vicente, próxima al palacio visigodo y en las inmediaciones del río. También es posible que existiera otro recinto de culto hacia la zona central de la ciudad, en los aledaños de la actual Plaza de las Tendillas, donde aparecieron multitud de ladrillos decorados y una inscripción relacionada quizás con la fundación del mismo templo.

Del mismo modo, un conjunto importante de ladrillos decorados, con la inscripción Marciane/Vivas in (Christo), se ha recuperado también en el cuadrante SW de la ciudad (c/ Buen Pastor), donde también se puede presumir la presencia de una iglesia, fechable entre los siglos V y VI.

A ello habría que añadir el reciente hallazgo de un nuevo edificio de culto en el cuadrante SE de la ciudad, en el antiguo convento de Santa Clara. Según los excavadores, nos encontramos ante una iglesia de planta de cruz inscrita, similar a otras de Constantinopla, Rávena, Palestina y, sobre todo, a la basílica de Sa Carrotxa. La misma planta aplicada, así como la decoración de uno de los mosaicos del edificio, fechado en los comedios del s. VI, han permitido suponer una fuerte influencia bizantina para el edificio.

Fuera del recinto amurallado también se construyeron algunas iglesias, a las que se asocian sendas necrópolis densamente ocupadas. Ello supone una importante transformación de la concepción y función del espacio extramuros, de modo y manera que, frente al uso funerario y doméstico -con la creación de varios vici- que experimentara en épocas precedentes, se introduce ahora un novedoso uso, como es el cultual, con la incorporación de las iglesias. Los nuevos centros de culto determinarán y polarizarán además la distribución de buena parte de las necrópolis de época tardoantigua, anteriormente distribuidas en torno a las vías.

En relación con estos edificios, en el sector Este podemos identificar un primer espacio cultual en la zona ocupada por la actual iglesia de San Pedro y aledaños, tradicionalmente asociada con la iglesia de los Tres Santos -Fausto, Genaro y Marcial-. En este mismo lugar apareció en el s. XVI una cripta y una inscripción, fechada en los siglos VI-VII, que alude a las reliquias de los mártires Fausto, Genaro, Marcial, Zoilo y Acisclo, y donde también existe constancia de la aparición de un "cementerio paleocristiano”.

Más interesantes son los vestigios con que contamos para el sector Norte. En la zona de la Huerta de San Rafael se dispone una importante necrópolis que tiene su origen en época tardorrepublicana-julioclaudia, de la que procede el famoso sarcófago con la representación de las puertas del Hades. El uso "aristocrático" de esta necrópolis viene a ser confirmado por la presencia allí en época constantiniana del sarcófago paleocristiano con las representaciones del episodio de Jonás y la ballena, junto a otros enterramientos sencillos, también de época avanzada, en los que incluso se reutilizan elementos arquitectónicos de construcciones anteriores y que evidencian la ocupación de este espacio funerario por otros grupos sociales. Algo más al Sur, en el Convento de la Merced, en las inmediaciones de la puerta que conectaba con el que fuera el Kardo Maximus, se conserva una estructura de carácter hidráulico, que quizás pudiera formar parte del baptisterio de una iglesia que se habría ubicado en el mismo lugar.

El panorama de las necrópolis y de los nuevos espacios de culto de la ciudad se ve finalmente completado con aquéllos situados en el extremo Oeste. En primer lugar habría que hacer referencia a la aparición de varios enterramientos y gran cantidad de ladrillos decorados en los terrenos ocupados por la fundición la Cordobesa, que en otro tiempo estuvo situada junto a la Facultad de Veterinaria. De los otros tres recintos localizados al Oeste, podríamos citar en primer lugar el propio palacio de Cercadilla, que se reutiliza como centro de culto cristiano en lo que muy probablemente constituyó la iglesia martirial de S. Acisclo, la necrópolis localizada en el Cortijo de Chinales, asociada a algunos vestigios de un edificio interpretado como basílica y, por último, los vestigios -en este caso sólo funerarios localizados en el cementerio de Nuestra-Señora de la Salud , ya en las proximidades del río.

Muy poco más es lo que conocemos de la ciudad especialmente durante la etapa tardoantigua a excepción de la zona de Cercadilla donde se ha podido documentar una importante secuencia estratigráfica ininterrumpida así como las transformaciones, ya señaladas, que sufre parte del palatium para su adaptación como edifiico de culto cristiano y, tal vez, palacio episcopal, proceso en el que la figura del cordobés Osio juega un papel fundamental.

Ésta es, pues, la imagen de la ciudad en el momento de la conquista islámica, una ciudad que ha perdido sus espacios públicos tradicionales a favor de otros de distinto carácter acompañado todo ello de la “cristianización” de la topografía y cuyos centros de poder, a excepción del complejo de Cercadilla, se localizan en la zona Sur de la ciudad, cerca del puente y el río, mientras que en otros sectores se observan síntomas de despoblamiento y abandono. Debemos, por último, recordar que los elementos heredados de la ciudad tardoantigua (vías, necrópolis, centros de culto y los barrios surgidos en torno a ellos así como el área de control político religioso meridional) serán elementos de capital importancia para entender la “islamización” de la ciudad junto con factores nuevos, puramente islámicos, como las fundaciones pías (mezquitas y cementerios) y las almunias. El proceso, como es sabido, alcanzará su cenit cuando en el año 929 d. C. ‘Abd al-Rahman III se proclama Califa.

 

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